1.- CONTEXTO HISTÓRICO, CULTURAL
Y FILOSÓFICO DE El Tema de nuestro tiempo.
Desde su nacimiento hasta la
publicación de El tema de nuestro tiempo, Ortega (1883-1955)
vive la Restauración Borbónica, periodo que empieza y acaba
del mismo modo: con golpes de Estado. La guerra de Cuba, la carlista,
la de los cantones, la crisis socio-económica y la inestabilidad
política acabaron con la Primera República. El general Martínez
Campos proclama a Alfonso XII Rey de España y en 1876 la nueva
Constitución, menos democrática que la anterior, consagra el
sistema de la alternancia en el poder de los partidos Liberal y
Conservador. Independientemente de la correlación de fuerzas
parlamentaria, el Rey encargaba al partido de la oposición formar
gobierno cuando lo consideraba oportuno; como ese partido no tenía
la mayoría suficiente, convocaba elecciones !y siempre las ganaba!
Entonces formaba gobierno hasta que el Rey le pedía al otro partido
lo propio, y vuelta a empezar. La pieza clave de este sistema eran
los caciques, que manipulaban voluntades en una población con
el 70% de analfabetos. A todo ello hay que añadir la marginación de
nuevas fuerzas políticas, como fueron los socialistas, anarquistas,
republicanos, etc.
A principios del siglo XX, la
esperanza de vida en España es de 34 años, la mitad de los niños
mueren antes de los cinco años, el 70% de la población vive en el
campo en condiciones míseras y dos millones y medio de ciudadanos
emigraron a América.
La segunda década del siglo es
especialmente crítica: la Primera Guerra Mundial (1914-1918)
traumatizó a Europa y, aunque España no participó y la guerra
benefició a las empresas y los terratenientes, la demanda europea
encareció los productos de primera necesidad en un 40% y perjudicó
a obreros y campesinos. La consecuencia fue el aumento de la
conflictividad social: la UGT, con 250.000 afiliados y, sobre todo,
la CNT, con 700.000, movilizan a un proletariado al que se enfrenta
el “pistolerismo” de algunos patronos.
Ante esta situación, que no es
privativa de España, los partidos tradicionales se muestran
absolutamente ineficaces y la sociedad se polariza en torno a
ideologías totalitarias. Es el miedo que trasluce Ortega en El
tema de nuestro tiempo, conocedor de las consecuencias de la
Revolución Rusa de 1917 y del Partido Fascista italiano al poder en
1922. En España, el golpe de Estado de Primo de Rivera cierra la
etapa de la Restauración y abre un periodo de ocho años de
dictadura.
Sin embargo, este periodo de
crisis socio-política coincide con la llamada Edad de Plata
de la cultura española: Picasso, Soroya, Gaudí, Albéniz, Ramón y
Cajal, el propio Ortega...componen una riqueza sólo comparable al
Siglo de Oro.
En la línea del
regeneracionismo de Joaquín Costa, de la renovación pedagógica
propugnada por Giner de los Ríos o de la Generación del 98,
nuestro autor sostiene que, para resolver los males de España e
incorporarlo a la modernidad, es necesaria una “competencia”.
Inicialamente encuentra en Alemania (“España era el problema y
Europa la salvación”) la fuente de esa competencia: la ciencia
ajustada al neokantismo. Sin embargo, pronto abandona ese
modelo ya que participa del idealismo racionalista, al que va
a considerar la causa de la crisis de la modernidad. Tan sólo cuado
el principio de racionalidad con el que nace la Edad Moderna sea
superado por otra idea más básica -la vida-, se abrirá una nueva
etapa.
Nietzsche y Husserl
serán decisivos en la configuración de la propuesta orteguiana. Del
primero asumirá su concepción perspectivista de la verdad y la
defensa de los valores vitales, aunque evitando su irracionalismo y
relativismo. De la fenomenología de Husserl recibió la preocupación
por hacer que la filosofía descansara en un fundamento firme
descubierto a partir de una reflexión independiente, la vida.
Heidegger y Sartre, por
último, también influyen en nuestro autor. Así, la descripción
orteguiana de las categorías de la vida es muy cercana al
análisis heideggeriano de la existencia humana; y la afirmación
orteguiana de que “el hombre no tiene naturaleza, tiene historia”
es muy parecida a la sartreana de que, en el ser humano, “la
existencia precede a la esencia”.
2.- LA FILOSOFÍA DE ORTEGA Y
GASSET.
2.1.El circunstancialismo.
Si en todos los filósofos,
las circunstancias en las que desarrolla su obra son importantes, en
Ortega aún lo son más, pues es éste el único pensador plenamente
consciente de esa influencia y, por eso, hace de la “circunstancia”
un tema de la Filosofía.
Es célebre la frase orteguiana
“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me
salvo yo”, es decir, además de su yo, están las
circunstancias en las que el yo está inmerso y a las que el yo tiene
que conferir sentido para que ambos puedan “salvarse”. Cuando
hablamos de circunstancias nos podemos referir a
“circunstancias con mayúsculas” -pertenecer a la tradición
cristiana occidental, por ejemplo-, pero también hemos de referirnos
a “circunstancias con minúsculas” -nuestra familia, nuestra
ciudad, un dolor, un libro, un cuadro...-, pues nada debe quedar
fuera de la reflexión filosófica, una reflexión que puede partir
de lo más nimio y cotidiano para elevarse a las alturas de los
grandes temas de la Filosofía.
2.2.El perspectivismo.
A lo largo del curso hemos
tenido ocasión de ver cómo algunos autores han defendido que el
descubrimiento de la verdad es posible. Entre ellos, por ejemplo,
Platón, Sto Tomás, Descartes...les llamaremos “racionalistas” o
“idealistas”. Pero también hemos visto a otros para quienes no
es posible la verdad, y sólo cabe la opinión. Entre ellos, por
ejemplo, los Sofistas o Nietzsche...les llamaremos “escépticos”
o “relativistas”.
Ahora bien, dado que la
Filosofía debe partir de la reflexión sobre lo circunstancial y
dado que es imposible que haya dos individuos que vivan exactamente
las mismas circunstancias y tengan exactamente dos puntos de vista
iguales, ¿no tendríamos que decir que es imposible que lleguen a
estar de acuerdo acerca de lo verdadero y lo falso, del bien y del
mal, de lo bello y lo feo? ¿No es esto dar la razón al escepticismo
relativista?
Ortega piensa que no pues,
“La verdad, lo real, el
universo, la vida -como queráis llamarlo-, se quiebra en facetas
innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da
hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista,
si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra
imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo.”
“Cambiar su retina por otra
imaginaria”: ese ha sido, por otra parte, el error del racionalismo
idealista, es decir, ha caído en la tentación de pensar que hay un
punto de vista privilegiado desde el que es posible captar toda la
realidad y descubrir la verdad. Una verdad que, por lo demás, tiene
que ser invariable. Y por eso,
Habrá que suponer, más allá
de las diferencias que entre los hombres existen, una especie de
sujeto abstracto, común al europeo y al chino, al contemporáneo de
Pericles y al caballero de Luis XIV. Descartes llamó (a ese sujeto)
“la razón”.
Pero, ¿acaso estamos abocados a
elegir entre estas dos posturas irreconciliables, la del racionalismo
o la del escepticismo? Ortega piensa que no tiene porqué se así, y
la clave nos la da en el texto citado anteriormente, pues si uno
ha sabido ser fiel a su punto de vista, lo que ve será un aspecto
real del mundo.
En otras palabras: en contra de
los racionalistas, nuestro autor afirma que sólo captamos un aspecto
de la realidad, aspecto que además no puede captar otro -y cuando
decimos “realidad” no nos referimos sólo a la llamada realidad
física, sino también a la realidad moral, social, económica,
política, etc.- Y en contra de los relativistas escépticos, Ortega
sostiene que, si somos fieles al punto de vista en que nos han
puesto las circunstancias, ese aspecto de la realidad que
captamos no es capricho nuestro, no es una invención, es verdadero.
Y sabemos que no es capricho porque los caprichos rara vez se
parecen. Y lejos de oponerse, los puntos de vista, si somos
sinceros, se complementan.
Es imposible tener todas las
perspectivas al mismo tiempo. Eso, dice Ortega, sólo estaría al
alcance de Dios. Pero de ahí no debemos sacar la conclusión de un
posible teísmo en nuestro autor. El recurso a Dios es tan sólo un
constructo teórico, una hipótesis, un decir.
Y a esta doctrina, que pretende
superar la dicotomía Racionalismo-Relativismo, se le conoce con el
nombre de perspectivismo o doctrina del punto de vista.
El descubrimiento y la
aceptación de que, además de la mía, hay un amplio abanico de
perspectivas posibles que son tan válidas como la mía propia, tiene
una consecuencia inevitable -y deseable- : la de aceptar que el otro
tiene un valor en sí, en cuanto sujeto de perspectivas, aunque su
perspectiva no coincida en ningún momento con la mía. Es decir, el
valor de otra persona no radica en su acuerdo conmigo, sino,
precisamente en su desacuerdo, porque su desacuerdo es síntoma de
sus autonomía frente a las cosas y de sus honestidad intelectual. Y
esto no vale sólo en el plano individual, sino que la tolerancia
nacida del perspectivismo es también un método adecuado para
comprender a las otras culturas que son distintas a la nuestra.
UNA
PARADA Y UNA PRUEBA
Hagamos
un experimento: vamos a mirar en nuestro derredor en la clase.
Cada uno de nosotros ve al compañero que tiene delante, a los
que tiene a ambos lados; si se gira, verá al que hay
detrás...verá también la pizarra, la pared, las ventanas.
Pero, propiamente hablando, lo que uno ve no es exactamente lo
mismo que otro ve. No tendrá el mismo compañero delante, ni
detrás, ni puede ver los mismos contornos de la ventana, ni las
mismas sombras en la pizarra, ni el mismo perfil del profesor.
En
otras palabras: cada uno tiene una perspectiva
distinta de la clase, porque cada uno está situado en un punto
de vista
distinto.
¿Qué
pensaríamos ahora si uno de nosotros se levantara y dijera: “Yo
estoy viendo toda la clase y mi visión es la verdadera?
Sin duda creeríamos que se ha vuelto loco, pues todos estamos
convencidos de que no hay un lugar desde el que poder ver toda la
clase.
No
obstante, nuestro extravagante compañero podría insistir: “Tal
vez no exista ese lugar privilegiado, pero yo tengo una retina
privilegiada que me permite ver toda la clase desde todos los
ángulos”. “Muéstranos ese órgano tan maravilloso”, le
diríamos. Y como no puede hacerlo, tan sólo nos queda
reafirmarnos en la creencia de que está loco.
Y
sin embargo, por extraño que parezca, algo parecido les ha
ocurrido a los racionalistas: han pensado que existe “una
retina imaginaria”, “la Razón”, igual para todos los
hombres y para todas las épocas con la que poder captar toda la
realidad y descubrir la verdad.
Pero
aquí no acaba la historia: otro compañero, convencido de la
locura del primero, toma la palabra y dice: “Ninguno de
nosotros tiene una visión completa de la clase, ninguno tiene
una visión igual a la de otro. Es más, cada uno capta
tonalidades distintas del mismo color, ve líneas borrosas donde
otro las ve nítidas, ve luces donde otro ve sombras. No tenemos
visiones iguales de la clase porque ninguna es verdadera”
De
este otro compañero tendríamos que decir que es escéptico,
porque del hecho de que no haya dos perspectivas iguales de un
mismo objeto, ha deducido que ninguna es verdadera.
Por
último tomaría la palabra un tercero: “No estoy de acuerdo
con que lo que yo veo no sea una parte real de la clase. Yo no me
invento lo que veo. Ciertamente estoy lejos de la pizarra y soy
un poco miope, -¿qué le voy a hacer? ,esa es mi circunstancia,
la que me ha tocado vivir- pero lo que os digo que veo es lo que
realmente veo, soy sincero y fiel a mi experiencia. No veo toda
la clase, pero ninguno de nosotros
la puede ver y, aunque la viéramos hoy, la clase mañana será
distinta y nosotros también. Por otra parte, tampoco estoy
soñando: lo que yo veo no es descabellado ni excéntrico, lo sé
porque no es muy distinto a lo que vosotros me decís que veis.
Lejos de ser incompatible con vuestra visión de la clase, es
complementaria”
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2.3. El Raciovitalismo.
Si el perspectivismo es el
intento de superación del racionalismo y del relativismo -con sus
corolarios de idealismo y escepticismo-, el raciovitalismo
es el intento de mediación entre el racionalismo y el vitalismo.
Para Ortega, el Racionalismo
no es sólo la filosofía de la modernidad inaugurada por Descartes,
sino que es una actitud que podemos resumir en las siguientes cuatro
tesis:
La razón es lo que define al
hombre.
La razón es la entidad que
está por encima de las particularidades -las circunstancias- de
cada sujeto. Es extrahistórica.
La razón es capaz de conocer
la verdad, que es eterna, única e invariable.
La razón es el instrumento
adecuado para el desarrollo de la filosofía, la ciencia, la moral y
la política.
Por su parte, el Vitalismo
se caracteriza por:
La vida es la realidad básica
y el objeto de estudio de la filosofía.
El conocimiento es un proceso
biológico como otro cualquiera (respirar, comer...)
La verdad eterna, única e
invariable no existe. Es tan sólo una mentira útil para la vida.
Relativismo.
La cultura -ciencia, arte,
filosofía, moral, política...- debe someterse a las exigencias de
la vida que, no lo olvidemos, cambia según las circunstancias.
OTRA PARADA: IDEAS Y CREENCIAS
Supongamos que estamos
comiendo con un amigo. Mientras lo hacemos hablamos de miles de
cosas: fútbol, familia, política, viajes...Entre tanto nos vamos
llevando los alimentos a la boca, los masticamos, los tragamos,
etc. En eso, nuestro amigo, que es endocrino, comienza a hablar de
problemas cardiovasculares derivados de la ingesta abusiva de
grasas. Ese comentario hace que paremos de comer y miremos a
nuestro plato: vemos que lleva verduras, carne y una salsa ligera.
“No es un plato con mucha grasa, y también lleva proteínas y
vitaminas”, pensamos. Y seguimos comiendo y hablando.
¿Qué ha pasado? Cuando
comemos lo hacemos en la creencia de que los alimentos que
estamos tomando nos reportarán los nutrientes que nuestro cuerpo
necesita, que serán digeridos, etc. Pero no estamos
explícitamente pensando en ello. Sin embargo, si alguien siembra
la duda en nosotros – como hizo nuestro amigo- nos
paramos a reflexionar y llegamos a la idea -equivocada o
no- de que lo que comemos nos reporta la energía necesaria, se
digiere bien, etc. Es decir, lo que era una creencia se ha
convertido en una idea gracias a la duda.
Cambiemos de escenario: el
primer día que recibimos una clase de conducir, el profesor de la
autoescuela nos dice dónde están el acelerador, el freno y el
embrague del coche y con qué pie hay que pisar cada uno; también
nos dice cómo hay que arrancar, cómo hay que frenar, acelerar,
cambiar de marcha, etc. Entonces nosotros ya tenemos una idea
de cómo se conduce. Tomamos nuestras clase, nos examinamos,
aprobamos, conducimos durante años y, cuando entramos en el coche
actuamos automáticamente: arrancamos, aceleramos, frenamos,
incluso aparcamos -y mientras tanto vamos escuchando música o
hablando por el manos libres.
¿Qué ha pasado? Nosotros,
al principio, nos hicmos una idea de la conducción, pero
al cabo de los años, cuando vamos conduciendo lo hacemos en la
creencia de que si pisamos el acelerador el coche correrá
más y si pisamos el freno, se parará; que, para cambiar de
marcha hay que pisar el embrague, etc Es decir, lo que era una
idea se ha convertido, para nosotros, en una creencia.
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La distinción entre creencias
e ideas es paralela a la distinción entre vida y
razón. De hecho vivimos en las creencias y pensamos
-razonamos- las ideas. Pero además, la vida es anterior a la
razón en la misma medida en que las creencias son anteriones a las
ideas, las cuales vienen después, cuando reflexionamos sobre
aquéllas. Podríamos decir que primero vivimos y después pensamos.
Ahora puede Ortega
enfrentanrse a la irreconciliable dualidad que suponen el
Racionalismo y el Vitalismo.
En efecto, Descartes, creador
del Racionalismo, propuso la idea de que la Razón, por sí
sola , podía conocer la verdad y dar cumplida cuenta de la realidad.
Esta idea tuvo que ser defendida con uñas y dientes por los
filósofos de la Modernidad en contra del oscurantismo religioso, y
su defensa tuvo tanto éxito que a partir del siglo XVIII ya no fue
una idea, sino una creencia tan profundamente arraigada en las
conciencas europeas que tuvo que ser el Vitalismo del siglo XIX el
que reflexionara sobre ella, para hacerla de nuevo una idea
susceptible de discusión y reforma.
Sin embargo, el Vitalismo
también cometió un error: el pensar que la Razón no es el
instrumento adecuado para enfrentarse a esa realidad radical que
llamamos Vida.
Ante estas dos posturas, Ortega
propone el Raciovitalismo, o concepción de que la razón,
lejos de ser “lo que define al hombre”, es una función o
instrumento de una realidad más radical, la Vida. Pero ésta no es
pura irracionalidad, sino que de ella cabe hacerse una “Idea”,
justamente a través de ese instrumento que llamamos Razón.
Y ¿cuál es la Idea que de la
Vida se hace la Razón? En otras palabras: ¿Qué es la vida?
Responder a esta pregunta no
es tarea fácil. El mismo Ortega es consciente de la dificultad del
asunto y no ensaya una definición sino que propone una
aproximación señalando una serie de características:
Vivir es “darse cuenta”
Todo vivir es un vivirse, un sentirse vivir, un notarse. Este saber
íntimo no es un conocimiento, es un enterarse, un percatarse. Por
tener este sentimiento, esta autoexperiencia, podemos hacer nuestra
vida. La locura, la enajenación mental, es precisamente perder esta
capacidad, porque en esas circunstancias, nuestra vida, ya, no nos
pertenece.
Vivir es “encontrarse en
el mundo”.El mundo no es un lugar físico, es lo que nos
afecta, la circunstancia, todo aquello que nos hace y deshace.
Vivir es “encontrarse
viviendo”. En la vida nos encontramos de golpe, sin elegirlo;
estamos arrojados a ella, nadie nos ha preguntado si queremos o no
vivir. El encontrarnos viviendo es como si a una persona dormida, de
repente, lo lanzan al escenario, el teatro, y ¿qué tenemos que
hacer ahora? Y algo tenemos que hacer. “La vida, dice
Ortega, en su totalidad y en cada uno de sus instantes tiene algo
de pistoletazo que nos es disparado a quemarropa”
Vivir es “decidirse”.
La vida es problemática y dramática. Estamos aquí, en medio del
escenario, forzados a decidir entre varias posibilidades; condenados
a ser libres. Lo que vamos decidiendo y haciendo es nuestro ser,
puesto que no tenemos una naturaleza dada o una esencia que podamos
seguir; nuestra existencia o historia vital nos constituye. Por este
motivo, ese tener que hacer algo y no saber muy bien qué, nos llena
de pesadumbre y angustia.
Vivir es “ser en el tiempo y
ser tiempo”. Vivir es ir decidiendo qué vamos a hacer aquí,
ahora y luego; es abrirnos al futuro, hacer proyectos. La vida se
hace hacia delante, pero el tiempo de nuestra vida no es eterno. De
ahí el drama, la prisa y el problema de la vida. Y también la
alegría, ¿por qué no?
3.- COMPARACIÓN DE LA FILOSOFÍA
DE ORTEGA Y GASSET CON LA POSICIÓN RACIONALISTA DE PLATÓN Y
DESCARTES Y EL VITALISMO Y RELATIVISMO DE NIETZSCHE.
Compararemos la posición de
Ortega respecto de las grandes disciplinas filosóficas con otros
autores estudiados a lo largo del curso.
3.1.La realidad (ontología)
Posición racionalista de Platón y Descartes. Para
Platón lo real es lo universal, inmutable y necesario; el mundo
inteligible. Es, en palabras críticas de Ortega, un mundo ultravital
y extrahistórico: nada material y sensible que tenga vinculación
con la vida, con lo susceptible de cambio o movimiento, es real. La
realidad no es perspectivista; es absoluta. Lo real son las Ideas,
las mismas e idénticas para todos y todos los tiempos. En la misma
línea, para Descartes la única existencia cierta es lo percibido
con certeza por la razón. Por lo tanto, lo real es lo racional
matematizable. Como en Platón, se trata de una realidad cierta, que
es idéntica y la misma para todos los sujetos racionales que
apliquen correctamente el método.
Posición vitalista y relativista de Nietzsche. No hay
más realidad que la vida. Los conceptos con los que la ontología
platónica ha descrito el mundo son vacíos, no recogen nada de lo
real, que se caracteriza por ser devenir, cambio, movimiento... La
realidad para cada hombre es su vida. Por tanto, el vitalismo conduce
al relativismo. Cualquier intento por superar lo concreto y
particular a través de la conceptualización supone una aniquilación
de la realidad.
Posición perspectivista de Ortega. La realidad no es ni
objetiva ni relativa, sino perspectivista. En palabras del autor: “la
perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su
deformación, es su organización”. La realidad se muestra en
tantas perspectivas cuantos sujetos. Por tanto, la realidad completa
nunca será conocida porque presenta tantas perspectivas cuantas
vidas surgidas en la historia. Sólo un sujeto que aglutinara las
infinitas perspectivas podría conocer toda la realidad (Dios), pero
tal hipótesis es contradictoria, utópica, pues todo “yo” conoce
desde su punto de vista, el proporcionado por su circunstancia. Cada
sujeto y época sólo tiene acceso a su parte de verdad que, no
obstante, forma parte de la verdad absoluta y completa. Así Ortega
se distancia del relativismo.
3.2.El
conocimiento (epistemología)
Posición racionalista de Platón y Descartes. Aunque
llegan a la misma conclusión por distintos motivos, para ambos la
verdad es eterna, única e invariable. Para Platón sólo el
conocimiento de los seres inteligibles es verdadero (idealismo): para
que la verdad tenga esos rasgos, tiene que ser conocimiento de seres
a su vez inmutables, las Ideas, una realidad independiente del cambio
y movimiento sensible. En coherencia con lo anterior, los rasgos del
mundo sensible sólo permiten una opinión (conocimiento no
verdadero). A la ciencia o conocimiento verdadero se llega a través
de un alma racional que no tiene en cuenta lo corporal.
Para Descartes será verdadero lo que la razón, cualquier
razón, pertenezca al lugar o momento histórico al que pertenezca,
perciba con claridad y distinción. La razón que alcanza la claridad
y distinción es, nuevamente, una razón separada y sin ningún
contacto con el cuerpo: la sustancia pensante.
Posición perspectivista y raciovitalista de Ortega. La
doctrina del punto de vista resume la posición gnoseológica
orteguiana, opuesta tanto a la racionalista como a la vitalista o
relativista. El conocimiento es siempre conocimiento desde una vida,
desde unas condiciones corporales, socioculturales e históricas
concretas, es decir, desde un punto de vista. La circunstancia de
cada sujeto determina la parte de realidad a la que tiene acceso. Por
tanto, ningún sujeto ni ninguna época histórica podrán alcanzar
el conocimiento absoluto y definitivo (crítica al racionalismo), lo
que no implica que la parte de verdad alcanzada sea precisamente eso,
una parte de la verdad (crítica al relativismo). Desde su vida el
hombre alcanza realidades objetivas, lo que no implica que sean
realidades ultravitales y extrahistóricas, porque sólo son
accesibles desde una vida, desde una historia.
3.3.El hombre
(antropología)
Posición racionalista de Platón y Descartes. Ambos
defienden un dualismo atropológico. Para Platón la verdadera
identidad del hombre es su alma racional, que es inmortal y fuente
del verdadero conocimiento. Para alcanzar la verdad el alma tiene que
luchar contra el cuerpo y sus sentidos que la encarcelan. La vida se
convierte así en un camino de separación y lucha contra lo
corpóreo, de “negación” de lo vital.
Descartes propone un dualismo
racionalista muy cercano: lo único indudable es la existencia del
“yo pienso”, la de una sustancia que se define y justifica su
existencia como pensamiento. Lo corporal es un añadido accidental y
secundario.
Posición vitalista de
Nietzsche. La vida humana es esencialmente inconsciente e
instinto. El hombre tiene que tener la sufiente valentía para
ejecutar sus instintos. El Racionalismo y el cristianismo han
definido al hombre por lo que no es: razón, intelecto, pureza,
contemplación de lo trascendente...
Posición raciovitalista de
Ortega. Lo que define al hombre es su vivir, pero la vida misma
-lo hemos visto antes- no se puede definir. El hombre no sólo no
tiene naturaleza racional -en contra del Racionalismo- sino que no
tiene naturaleza en absoluto. Lo que tiene es historia.
Sin embargo -en contra del
vitalismo- el hombre no puede prescindir de la cultura: de querer
conocer la verdad, actuar correctamente y contemplar lo bello. El
hombre es un “devorador de verdades”, aunque sean parciales.