LA
DUDA METÓDICA.
La
primera regla obliga a dudar de todo cuanto sea posible, por eso no
podemos admitir como principio de la Filosofía ninguna proposición
que describa un testimonio que nos ofrezcan los
sentidos (por
ejemplo, no podemos admitir como principio la proposición “el
cielo es azul”, porque esa proposición describe un testimonio de
la vista, y la vista, como otros sentidos, alguna vez nos ha
engañado, y no es prudente confiar en quien alguna vez nos ha
engañado). Las falacias
de los sentidos son
pues el primer motivo de duda. Al dudar de todo lo que se conoce por
los sentidos se queda Descartes ”sin
todo lo que he recibido hasta ahora como verdadero y seguro porque lo
he aprendido por el testimonio de los sentidos”
Tampoco
podemos adoptar como principio de la Filosofía ninguna proposición
que afirme la existencia de un objeto distinto a nosotros mismos (por
ejemplo, no podemos adoptar como principio la proposición “este
ordenador existe”, porque puedo estar soñando
y el ordenador que creo tener ante mí no existir realmente) Habrá
quien piense que puedo estar seguro de la existencia del ordenador
porque estoy despierto, pero ¿existe verdaderamente un criterio
claro para distinguir la vigilia del sueño? ¿Acaso, en muchos de
mis sueños no he estado seguro de la existencia del objeto del sueño
y después he descubierto que era sólo un objeto soñado? La
imposibilidad de
distinguir la vigilia del sueño
es el segundo motivo de duda.
Ni
proposiciones que describan testimonios de los sentidos, ni
proposiciones que afirmen existencia de objetos extramentales pueden
ser principios de la Filosofía, pero ¿qué ocurre con las
proposiciones matemáticas? ¿podrían ser ellas esos principios que
buscamos? En efecto, nos engañen o no los sentidos, estemos o no
soñando, proposiciones como “tres por dos son seis” parecen ser
siempre verdaderas. Sin embargo, Descartes aduce un tercer motivo de
duda, y lo hace de manera metafórica: podría existir, dice, un
geniecillo maligno
que haga que nos engañemos cada vez que afirmamos un enunciado
matemático. Lo que es una manera de afirmar que la mente humana
puede ser de tal naturaleza que se equivoque siempre que afirma
enunciados matemáticos.
¿Nos encontramos en un
callejón sin salida? ¿Estamos condenados al escepticismo, es decir,
a pensar que no hay principio seguro del que partir? Aparentemente
sí, pues cualquier proposición, o es un testimonio de los sentidos,
o afirma existencia de algo extramental, o es un enunciado
matemático. Y no olvidemos que la primera regla del método nos
obliga a dudar de todo cuanto sea posible dudar, por más chocantes
que sean los motivos que tengamos.LA PRIMERA CERTEZA: EL SUJETO
Sin
embargo, en este punto, nuestro autor tiene una intuición
que le libra del escepticismo: puedo dudar de que el cielo sea azul,
de que exista este ordenador, de que tres por dos sean seis…pero no
puedo dudar de que existo mientras dudo. Puedo afirmar, con total
seguridad, que “yo, que dudo, existo” y, como dudar es pensar,
puedo afirmar que “yo,
que pienso, existo”.
(Cogito, ergo sum.).
Esta proposición es invulnerable a todo motivo de duda: puede que
mis sentidos me engañen, puede que esté en un permanente sueño,
puede que un geniecillo me induzca siempre a error; pero, pase lo que
pase, “yo, que pienso, existo”.
El
cogito es el principio de la Filosofía y de todo saber. Es la
primera verdad que puedo afirmar sin miedo a equivocarme, es una
proposición clara
-no oscura- y distinta
-no se confunde con ninguna otra-. Además, es el criterio
de toda verdad, pues todo
lo que yo pueda concebir con la misma claridad y distinción será
verdadero.
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