lunes, 22 de mayo de 2017

DESCARTES: DUDA Y 1ª VERDAD

Estudiad este apartado por aquí para que podáis hacerlo bien.


LA DUDA METÓDICA.
La primera regla obliga a dudar de todo cuanto sea posible, por eso no podemos admitir como principio de la Filosofía ninguna proposición que describa un testimonio que nos ofrezcan los sentidos (por ejemplo, no podemos admitir como principio la proposición “el cielo es azul”, porque esa proposición describe un testimonio de la vista, y la vista, como otros sentidos, alguna vez nos ha engañado, y no es prudente confiar en quien alguna vez nos ha engañado). Las falacias de los sentidos son pues el primer motivo de duda. Al dudar de todo lo que se conoce por los sentidos se queda Descartes ”sin todo lo que he recibido hasta ahora como verdadero y seguro porque lo he aprendido por el testimonio de los sentidos”
Tampoco podemos adoptar como principio de la Filosofía ninguna proposición que afirme la existencia de un objeto distinto a nosotros mismos (por ejemplo, no podemos adoptar como principio la proposición “este ordenador existe”, porque puedo estar soñando y el ordenador que creo tener ante mí no existir realmente) Habrá quien piense que puedo estar seguro de la existencia del ordenador porque estoy despierto, pero ¿existe verdaderamente un criterio claro para distinguir la vigilia del sueño? ¿Acaso, en muchos de mis sueños no he estado seguro de la existencia del objeto del sueño y después he descubierto que era sólo un objeto soñado? La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño es el segundo motivo de duda.
Ni proposiciones que describan testimonios de los sentidos, ni proposiciones que afirmen existencia de objetos extramentales pueden ser principios de la Filosofía, pero ¿qué ocurre con las proposiciones matemáticas? ¿podrían ser ellas esos principios que buscamos? En efecto, nos engañen o no los sentidos, estemos o no soñando, proposiciones como “tres por dos son seis” parecen ser siempre verdaderas. Sin embargo, Descartes aduce un tercer motivo de duda, y lo hace de manera metafórica: podría existir, dice, un geniecillo maligno que haga que nos engañemos cada vez que afirmamos un enunciado matemático. Lo que es una manera de afirmar que la mente humana puede ser de tal naturaleza que se equivoque siempre que afirma enunciados matemáticos.
¿Nos encontramos en un callejón sin salida? ¿Estamos condenados al escepticismo, es decir, a pensar que no hay principio seguro del que partir? Aparentemente sí, pues cualquier proposición, o es un testimonio de los sentidos, o afirma existencia de algo extramental, o es un enunciado matemático. Y no olvidemos que la primera regla del método nos obliga a dudar de todo cuanto sea posible dudar, por más chocantes que sean los motivos que tengamos.

LA PRIMERA CERTEZA: EL SUJETO


Sin embargo, en este punto, nuestro autor tiene una intuición que le libra del escepticismo: puedo dudar de que el cielo sea azul, de que exista este ordenador, de que tres por dos sean seis…pero no puedo dudar de que existo mientras dudo. Puedo afirmar, con total seguridad, que “yo, que dudo, existo” y, como dudar es pensar, puedo afirmar que “yo, que pienso, existo”. (Cogito, ergo sum.). Esta proposición es invulnerable a todo motivo de duda: puede que mis sentidos me engañen, puede que esté en un permanente sueño, puede que un geniecillo me induzca siempre a error; pero, pase lo que pase, “yo, que pienso, existo”.
El cogito es el principio de la Filosofía y de todo saber. Es la primera verdad que puedo afirmar sin miedo a equivocarme, es una proposición clara -no oscura- y distinta -no se confunde con ninguna otra-. Además, es el criterio de toda verdad, pues todo lo que yo pueda concebir con la misma claridad y distinción será verdadero.