lunes, 31 de marzo de 2014

ORTEGA Y GASSET: "El Tema de Nuestro Tiempo"


1.- CONTEXTO HISTÓRICO, CULTURAL Y FILOSÓFICO DE El Tema de nuestro tiempo.

Desde su nacimiento hasta la publicación de El tema de nuestro tiempo, Ortega (1883-1955) vive la Restauración Borbónica, periodo que empieza y acaba del mismo modo: con golpes de Estado. La guerra de Cuba, la carlista, la de los cantones, la crisis socio-económica y la inestabilidad política acabaron con la Primera República. El general Martínez Campos proclama a Alfonso XII Rey de España y en 1876 la nueva Constitución, menos democrática que la anterior, consagra el sistema de la alternancia en el poder de los partidos Liberal y Conservador. Independientemente de la correlación de fuerzas parlamentaria, el Rey encargaba al partido de la oposición formar gobierno cuando lo consideraba oportuno; como ese partido no tenía la mayoría suficiente, convocaba elecciones !y siempre las ganaba! Entonces formaba gobierno hasta que el Rey le pedía al otro partido lo propio, y vuelta a empezar. La pieza clave de este sistema eran los caciques, que manipulaban voluntades en una población con el 70% de analfabetos. A todo ello hay que añadir la marginación de nuevas fuerzas políticas, como fueron los socialistas, anarquistas, republicanos, etc.
A principios del siglo XX, la esperanza de vida en España es de 34 años, la mitad de los niños mueren antes de los cinco años, el 70% de la población vive en el campo en condiciones míseras y dos millones y medio de ciudadanos emigraron a América.
La segunda década del siglo es especialmente crítica: la Primera Guerra Mundial (1914-1918) traumatizó a Europa y, aunque España no participó y la guerra benefició a las empresas y los terratenientes, la demanda europea encareció los productos de primera necesidad en un 40% y perjudicó a obreros y campesinos. La consecuencia fue el aumento de la conflictividad social: la UGT, con 250.000 afiliados y, sobre todo, la CNT, con 700.000, movilizan a un proletariado al que se enfrenta el “pistolerismo” de algunos patronos.
Ante esta situación, que no es privativa de España, los partidos tradicionales se muestran absolutamente ineficaces y la sociedad se polariza en torno a ideologías totalitarias. Es el miedo que trasluce Ortega en El tema de nuestro tiempo, conocedor de las consecuencias de la Revolución Rusa de 1917 y del Partido Fascista italiano al poder en 1922. En España, el golpe de Estado de Primo de Rivera cierra la etapa de la Restauración y abre un periodo de ocho años de dictadura.
Sin embargo, este periodo de crisis socio-política coincide con la llamada Edad de Plata de la cultura española: Picasso, Soroya, Gaudí, Albéniz, Ramón y Cajal, el propio Ortega...componen una riqueza sólo comparable al Siglo de Oro.
En la línea del regeneracionismo de Joaquín Costa, de la renovación pedagógica propugnada por Giner de los Ríos o de la Generación del 98, nuestro autor sostiene que, para resolver los males de España e incorporarlo a la modernidad, es necesaria una “competencia”. Inicialamente encuentra en Alemania (“España era el problema y Europa la salvación”) la fuente de esa competencia: la ciencia ajustada al neokantismo. Sin embargo, pronto abandona ese modelo ya que participa del idealismo racionalista, al que va a considerar la causa de la crisis de la modernidad. Tan sólo cuado el principio de racionalidad con el que nace la Edad Moderna sea superado por otra idea más básica -la vida-, se abrirá una nueva etapa.
Nietzsche y Husserl serán decisivos en la configuración de la propuesta orteguiana. Del primero asumirá su concepción perspectivista de la verdad y la defensa de los valores vitales, aunque evitando su irracionalismo y relativismo. De la fenomenología de Husserl recibió la preocupación por hacer que la filosofía descansara en un fundamento firme descubierto a partir de una reflexión independiente, la vida.
Heidegger y Sartre, por último, también influyen en nuestro autor. Así, la descripción orteguiana de las categorías de la vida es muy cercana al análisis heideggeriano de la existencia humana; y la afirmación orteguiana de que “el hombre no tiene naturaleza, tiene historia” es muy parecida a la sartreana de que, en el ser humano, “la existencia precede a la esencia”.

2.- LA FILOSOFÍA DE ORTEGA Y GASSET.

2.1.El circunstancialismo.

Si en todos los filósofos, las circunstancias en las que desarrolla su obra son importantes, en Ortega aún lo son más, pues es éste el único pensador plenamente consciente de esa influencia y, por eso, hace de la “circunstancia” un tema de la Filosofía.
Es célebre la frase orteguiana “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”, es decir, además de su yo, están las circunstancias en las que el yo está inmerso y a las que el yo tiene que conferir sentido para que ambos puedan “salvarse”. Cuando hablamos de circunstancias nos podemos referir a “circunstancias con mayúsculas” -pertenecer a la tradición cristiana occidental, por ejemplo-, pero también hemos de referirnos a “circunstancias con minúsculas” -nuestra familia, nuestra ciudad, un dolor, un libro, un cuadro...-, pues nada debe quedar fuera de la reflexión filosófica, una reflexión que puede partir de lo más nimio y cotidiano para elevarse a las alturas de los grandes temas de la Filosofía.

2.2.El perspectivismo.

A lo largo del curso hemos tenido ocasión de ver cómo algunos autores han defendido que el descubrimiento de la verdad es posible. Entre ellos, por ejemplo, Platón, Sto Tomás, Descartes...les llamaremos “racionalistas” o “idealistas”. Pero también hemos visto a otros para quienes no es posible la verdad, y sólo cabe la opinión. Entre ellos, por ejemplo, los Sofistas o Nietzsche...les llamaremos “escépticos” o “relativistas”.
Ahora bien, dado que la Filosofía debe partir de la reflexión sobre lo circunstancial y dado que es imposible que haya dos individuos que vivan exactamente las mismas circunstancias y tengan exactamente dos puntos de vista iguales, ¿no tendríamos que decir que es imposible que lleguen a estar de acuerdo acerca de lo verdadero y lo falso, del bien y del mal, de lo bello y lo feo? ¿No es esto dar la razón al escepticismo relativista?
Ortega piensa que no pues,
La verdad, lo real, el universo, la vida -como queráis llamarlo-, se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo.”
“Cambiar su retina por otra imaginaria”: ese ha sido, por otra parte, el error del racionalismo idealista, es decir, ha caído en la tentación de pensar que hay un punto de vista privilegiado desde el que es posible captar toda la realidad y descubrir la verdad. Una verdad que, por lo demás, tiene que ser invariable. Y por eso,

Habrá que suponer, más allá de las diferencias que entre los hombres existen, una especie de sujeto abstracto, común al europeo y al chino, al contemporáneo de Pericles y al caballero de Luis XIV. Descartes llamó (a ese sujeto) “la razón”.
Pero, ¿acaso estamos abocados a elegir entre estas dos posturas irreconciliables, la del racionalismo o la del escepticismo? Ortega piensa que no tiene porqué se así, y la clave nos la da en el texto citado anteriormente, pues si uno ha sabido ser fiel a su punto de vista, lo que ve será un aspecto real del mundo.
En otras palabras: en contra de los racionalistas, nuestro autor afirma que sólo captamos un aspecto de la realidad, aspecto que además no puede captar otro -y cuando decimos “realidad” no nos referimos sólo a la llamada realidad física, sino también a la realidad moral, social, económica, política, etc.- Y en contra de los relativistas escépticos, Ortega sostiene que, si somos fieles al punto de vista en que nos han puesto las circunstancias, ese aspecto de la realidad que captamos no es capricho nuestro, no es una invención, es verdadero. Y sabemos que no es capricho porque los caprichos rara vez se parecen. Y lejos de oponerse, los puntos de vista, si somos sinceros, se complementan.
Es imposible tener todas las perspectivas al mismo tiempo. Eso, dice Ortega, sólo estaría al alcance de Dios. Pero de ahí no debemos sacar la conclusión de un posible teísmo en nuestro autor. El recurso a Dios es tan sólo un constructo teórico, una hipótesis, un decir.
Y a esta doctrina, que pretende superar la dicotomía Racionalismo-Relativismo, se le conoce con el nombre de perspectivismo o doctrina del punto de vista.

El descubrimiento y la aceptación de que, además de la mía, hay un amplio abanico de perspectivas posibles que son tan válidas como la mía propia, tiene una consecuencia inevitable -y deseable- : la de aceptar que el otro tiene un valor en sí, en cuanto sujeto de perspectivas, aunque su perspectiva no coincida en ningún momento con la mía. Es decir, el valor de otra persona no radica en su acuerdo conmigo, sino, precisamente en su desacuerdo, porque su desacuerdo es síntoma de sus autonomía frente a las cosas y de sus honestidad intelectual. Y esto no vale sólo en el plano individual, sino que la tolerancia nacida del perspectivismo es también un método adecuado para comprender a las otras culturas que son distintas a la nuestra.

UNA PARADA Y UNA PRUEBA

Hagamos un experimento: vamos a mirar en nuestro derredor en la clase. Cada uno de nosotros ve al compañero que tiene delante, a los que tiene a ambos lados; si se gira, verá al que hay detrás...verá también la pizarra, la pared, las ventanas. Pero, propiamente hablando, lo que uno ve no es exactamente lo mismo que otro ve. No tendrá el mismo compañero delante, ni detrás, ni puede ver los mismos contornos de la ventana, ni las mismas sombras en la pizarra, ni el mismo perfil del profesor.
En otras palabras: cada uno tiene una perspectiva distinta de la clase, porque cada uno está situado en un punto de vista distinto.
¿Qué pensaríamos ahora si uno de nosotros se levantara y dijera: “Yo estoy viendo toda la clase y mi visión es la verdadera? Sin duda creeríamos que se ha vuelto loco, pues todos estamos convencidos de que no hay un lugar desde el que poder ver toda la clase.
No obstante, nuestro extravagante compañero podría insistir: “Tal vez no exista ese lugar privilegiado, pero yo tengo una retina privilegiada que me permite ver toda la clase desde todos los ángulos”. “Muéstranos ese órgano tan maravilloso”, le diríamos. Y como no puede hacerlo, tan sólo nos queda reafirmarnos en la creencia de que está loco.
Y sin embargo, por extraño que parezca, algo parecido les ha ocurrido a los racionalistas: han pensado que existe “una retina imaginaria”, “la Razón”, igual para todos los hombres y para todas las épocas con la que poder captar toda la realidad y descubrir la verdad.
Pero aquí no acaba la historia: otro compañero, convencido de la locura del primero, toma la palabra y dice: “Ninguno de nosotros tiene una visión completa de la clase, ninguno tiene una visión igual a la de otro. Es más, cada uno capta tonalidades distintas del mismo color, ve líneas borrosas donde otro las ve nítidas, ve luces donde otro ve sombras. No tenemos visiones iguales de la clase porque ninguna es verdadera”
De este otro compañero tendríamos que decir que es escéptico, porque del hecho de que no haya dos perspectivas iguales de un mismo objeto, ha deducido que ninguna es verdadera.
Por último tomaría la palabra un tercero: “No estoy de acuerdo con que lo que yo veo no sea una parte real de la clase. Yo no me invento lo que veo. Ciertamente estoy lejos de la pizarra y soy un poco miope, -¿qué le voy a hacer? ,esa es mi circunstancia, la que me ha tocado vivir- pero lo que os digo que veo es lo que realmente veo, soy sincero y fiel a mi experiencia. No veo toda la clase, pero ninguno de nosotros la puede ver y, aunque la viéramos hoy, la clase mañana será distinta y nosotros también. Por otra parte, tampoco estoy soñando: lo que yo veo no es descabellado ni excéntrico, lo sé porque no es muy distinto a lo que vosotros me decís que veis. Lejos de ser incompatible con vuestra visión de la clase, es complementaria”


2.3. El Raciovitalismo.
Si el perspectivismo es el intento de superación del racionalismo y del relativismo -con sus corolarios de idealismo y escepticismo-, el raciovitalismo es el intento de mediación entre el racionalismo y el vitalismo.
Para Ortega, el Racionalismo no es sólo la filosofía de la modernidad inaugurada por Descartes, sino que es una actitud que podemos resumir en las siguientes cuatro tesis:
  1. La razón es lo que define al hombre.
  2. La razón es la entidad que está por encima de las particularidades -las circunstancias- de cada sujeto. Es extrahistórica.
  3. La razón es capaz de conocer la verdad, que es eterna, única e invariable.
  4. La razón es el instrumento adecuado para el desarrollo de la filosofía, la ciencia, la moral y la política.
Por su parte, el Vitalismo se caracteriza por:
  1. La vida es la realidad básica y el objeto de estudio de la filosofía.
  2. El conocimiento es un proceso biológico como otro cualquiera (respirar, comer...)
  3. La verdad eterna, única e invariable no existe. Es tan sólo una mentira útil para la vida. Relativismo.
  4. La cultura -ciencia, arte, filosofía, moral, política...- debe someterse a las exigencias de la vida que, no lo olvidemos, cambia según las circunstancias.


OTRA PARADA: IDEAS Y CREENCIAS

Supongamos que estamos comiendo con un amigo. Mientras lo hacemos hablamos de miles de cosas: fútbol, familia, política, viajes...Entre tanto nos vamos llevando los alimentos a la boca, los masticamos, los tragamos, etc. En eso, nuestro amigo, que es endocrino, comienza a hablar de problemas cardiovasculares derivados de la ingesta abusiva de grasas. Ese comentario hace que paremos de comer y miremos a nuestro plato: vemos que lleva verduras, carne y una salsa ligera. “No es un plato con mucha grasa, y también lleva proteínas y vitaminas”, pensamos. Y seguimos comiendo y hablando.
¿Qué ha pasado? Cuando comemos lo hacemos en la creencia de que los alimentos que estamos tomando nos reportarán los nutrientes que nuestro cuerpo necesita, que serán digeridos, etc. Pero no estamos explícitamente pensando en ello. Sin embargo, si alguien siembra la duda en nosotros – como hizo nuestro amigo- nos paramos a reflexionar y llegamos a la idea -equivocada o no- de que lo que comemos nos reporta la energía necesaria, se digiere bien, etc. Es decir, lo que era una creencia se ha convertido en una idea gracias a la duda.
Cambiemos de escenario: el primer día que recibimos una clase de conducir, el profesor de la autoescuela nos dice dónde están el acelerador, el freno y el embrague del coche y con qué pie hay que pisar cada uno; también nos dice cómo hay que arrancar, cómo hay que frenar, acelerar, cambiar de marcha, etc. Entonces nosotros ya tenemos una idea de cómo se conduce. Tomamos nuestras clase, nos examinamos, aprobamos, conducimos durante años y, cuando entramos en el coche actuamos automáticamente: arrancamos, aceleramos, frenamos, incluso aparcamos -y mientras tanto vamos escuchando música o hablando por el manos libres.
¿Qué ha pasado? Nosotros, al principio, nos hicmos una idea de la conducción, pero al cabo de los años, cuando vamos conduciendo lo hacemos en la creencia de que si pisamos el acelerador el coche correrá más y si pisamos el freno, se parará; que, para cambiar de marcha hay que pisar el embrague, etc Es decir, lo que era una idea se ha convertido, para nosotros, en una creencia.

La distinción entre creencias e ideas es paralela a la distinción entre vida y razón. De hecho vivimos en las creencias y pensamos -razonamos- las ideas. Pero además, la vida es anterior a la razón en la misma medida en que las creencias son anteriones a las ideas, las cuales vienen después, cuando reflexionamos sobre aquéllas. Podríamos decir que primero vivimos y después pensamos.

Ahora puede Ortega enfrentanrse a la irreconciliable dualidad que suponen el Racionalismo y el Vitalismo.
En efecto, Descartes, creador del Racionalismo, propuso la idea de que la Razón, por sí sola , podía conocer la verdad y dar cumplida cuenta de la realidad. Esta idea tuvo que ser defendida con uñas y dientes por los filósofos de la Modernidad en contra del oscurantismo religioso, y su defensa tuvo tanto éxito que a partir del siglo XVIII ya no fue una idea, sino una creencia tan profundamente arraigada en las conciencas europeas que tuvo que ser el Vitalismo del siglo XIX el que reflexionara sobre ella, para hacerla de nuevo una idea susceptible de discusión y reforma.
Sin embargo, el Vitalismo también cometió un error: el pensar que la Razón no es el instrumento adecuado para enfrentarse a esa realidad radical que llamamos Vida.
Ante estas dos posturas, Ortega propone el Raciovitalismo, o concepción de que la razón, lejos de ser “lo que define al hombre”, es una función o instrumento de una realidad más radical, la Vida. Pero ésta no es pura irracionalidad, sino que de ella cabe hacerse una “Idea”, justamente a través de ese instrumento que llamamos Razón.
Y ¿cuál es la Idea que de la Vida se hace la Razón? En otras palabras: ¿Qué es la vida?
Responder a esta pregunta no es tarea fácil. El mismo Ortega es consciente de la dificultad del asunto y no ensaya una definición sino que propone una aproximación señalando una serie de características:

  • Vivir es “darse cuenta” Todo vivir es un vivirse, un sentirse vivir, un notarse. Este saber íntimo no es un conocimiento, es un enterarse, un percatarse. Por tener este sentimiento, esta autoexperiencia, podemos hacer nuestra vida. La locura, la enajenación mental, es precisamente perder esta capacidad, porque en esas circunstancias, nuestra vida, ya, no nos pertenece.
  • Vivir es “encontrarse en el mundo”.El mundo no es un lugar físico, es lo que nos afecta, la circunstancia, todo aquello que nos hace y deshace.
  • Vivir es “encontrarse viviendo”. En la vida nos encontramos de golpe, sin elegirlo; estamos arrojados a ella, nadie nos ha preguntado si queremos o no vivir. El encontrarnos viviendo es como si a una persona dormida, de repente, lo lanzan al escenario, el teatro, y ¿qué tenemos que hacer ahora? Y algo tenemos que hacer. “La vida, dice Ortega, en su totalidad y en cada uno de sus instantes tiene algo de pistoletazo que nos es disparado a quemarropa”
  • Vivir es “decidirse”. La vida es problemática y dramática. Estamos aquí, en medio del escenario, forzados a decidir entre varias posibilidades; condenados a ser libres. Lo que vamos decidiendo y haciendo es nuestro ser, puesto que no tenemos una naturaleza dada o una esencia que podamos seguir; nuestra existencia o historia vital nos constituye. Por este motivo, ese tener que hacer algo y no saber muy bien qué, nos llena de pesadumbre y angustia.
Vivir es “ser en el tiempo y ser tiempo”. Vivir es ir decidiendo qué vamos a hacer aquí, ahora y luego; es abrirnos al futuro, hacer proyectos. La vida se hace hacia delante, pero el tiempo de nuestra vida no es eterno. De ahí el drama, la prisa y el problema de la vida. Y también la alegría, ¿por qué no?

3.- COMPARACIÓN DE LA FILOSOFÍA DE ORTEGA Y GASSET CON LA POSICIÓN RACIONALISTA DE PLATÓN Y DESCARTES Y EL VITALISMO Y RELATIVISMO DE NIETZSCHE.
Compararemos la posición de Ortega respecto de las grandes disciplinas filosóficas con otros autores estudiados a lo largo del curso.

3.1.La realidad (ontología)

Posición racionalista de Platón y Descartes. Para Platón lo real es lo universal, inmutable y necesario; el mundo inteligible. Es, en palabras críticas de Ortega, un mundo ultravital y extrahistórico: nada material y sensible que tenga vinculación con la vida, con lo susceptible de cambio o movimiento, es real. La realidad no es perspectivista; es absoluta. Lo real son las Ideas, las mismas e idénticas para todos y todos los tiempos. En la misma línea, para Descartes la única existencia cierta es lo percibido con certeza por la razón. Por lo tanto, lo real es lo racional matematizable. Como en Platón, se trata de una realidad cierta, que es idéntica y la misma para todos los sujetos racionales que apliquen correctamente el método.
Posición vitalista y relativista de Nietzsche. No hay más realidad que la vida. Los conceptos con los que la ontología platónica ha descrito el mundo son vacíos, no recogen nada de lo real, que se caracteriza por ser devenir, cambio, movimiento... La realidad para cada hombre es su vida. Por tanto, el vitalismo conduce al relativismo. Cualquier intento por superar lo concreto y particular a través de la conceptualización supone una aniquilación de la realidad.
Posición perspectivista de Ortega. La realidad no es ni objetiva ni relativa, sino perspectivista. En palabras del autor: “la perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización”. La realidad se muestra en tantas perspectivas cuantos sujetos. Por tanto, la realidad completa nunca será conocida porque presenta tantas perspectivas cuantas vidas surgidas en la historia. Sólo un sujeto que aglutinara las infinitas perspectivas podría conocer toda la realidad (Dios), pero tal hipótesis es contradictoria, utópica, pues todo “yo” conoce desde su punto de vista, el proporcionado por su circunstancia. Cada sujeto y época sólo tiene acceso a su parte de verdad que, no obstante, forma parte de la verdad absoluta y completa. Así Ortega se distancia del relativismo.
3.2.El conocimiento (epistemología)



Posición racionalista de Platón y Descartes. Aunque llegan a la misma conclusión por distintos motivos, para ambos la verdad es eterna, única e invariable. Para Platón sólo el conocimiento de los seres inteligibles es verdadero (idealismo): para que la verdad tenga esos rasgos, tiene que ser conocimiento de seres a su vez inmutables, las Ideas, una realidad independiente del cambio y movimiento sensible. En coherencia con lo anterior, los rasgos del mundo sensible sólo permiten una opinión (conocimiento no verdadero). A la ciencia o conocimiento verdadero se llega a través de un alma racional que no tiene en cuenta lo corporal.
Para Descartes será verdadero lo que la razón, cualquier razón, pertenezca al lugar o momento histórico al que pertenezca, perciba con claridad y distinción. La razón que alcanza la claridad y distinción es, nuevamente, una razón separada y sin ningún contacto con el cuerpo: la sustancia pensante.




Posición perspectivista y raciovitalista de Ortega. La doctrina del punto de vista resume la posición gnoseológica orteguiana, opuesta tanto a la racionalista como a la vitalista o relativista. El conocimiento es siempre conocimiento desde una vida, desde unas condiciones corporales, socioculturales e históricas concretas, es decir, desde un punto de vista. La circunstancia de cada sujeto determina la parte de realidad a la que tiene acceso. Por tanto, ningún sujeto ni ninguna época histórica podrán alcanzar el conocimiento absoluto y definitivo (crítica al racionalismo), lo que no implica que la parte de verdad alcanzada sea precisamente eso, una parte de la verdad (crítica al relativismo). Desde su vida el hombre alcanza realidades objetivas, lo que no implica que sean realidades ultravitales y extrahistóricas, porque sólo son accesibles desde una vida, desde una historia.


3.3.El hombre (antropología)
Posición racionalista de Platón y Descartes. Ambos defienden un dualismo atropológico. Para Platón la verdadera identidad del hombre es su alma racional, que es inmortal y fuente del verdadero conocimiento. Para alcanzar la verdad el alma tiene que luchar contra el cuerpo y sus sentidos que la encarcelan. La vida se convierte así en un camino de separación y lucha contra lo corpóreo, de “negación” de lo vital.
Descartes propone un dualismo racionalista muy cercano: lo único indudable es la existencia del “yo pienso”, la de una sustancia que se define y justifica su existencia como pensamiento. Lo corporal es un añadido accidental y secundario.
Posición vitalista de Nietzsche. La vida humana es esencialmente inconsciente e instinto. El hombre tiene que tener la sufiente valentía para ejecutar sus instintos. El Racionalismo y el cristianismo han definido al hombre por lo que no es: razón, intelecto, pureza, contemplación de lo trascendente...
Posición raciovitalista de Ortega. Lo que define al hombre es su vivir, pero la vida misma -lo hemos visto antes- no se puede definir. El hombre no sólo no tiene naturaleza racional -en contra del Racionalismo- sino que no tiene naturaleza en absoluto. Lo que tiene es historia.
Sin embargo -en contra del vitalismo- el hombre no puede prescindir de la cultura: de querer conocer la verdad, actuar correctamente y contemplar lo bello. El hombre es un “devorador de verdades”, aunque sean parciales.

martes, 11 de marzo de 2014


Argumento de la Ópera "Sigfrido"


Acto I
Mime, hermano de Alberich, se encuentra forjando una espada dentro de su cueva, en el bosque. El enano nibelungo planea recuperar el anillo Andvarinaut (el anillo mágico) para sí mismo, habiendo criado a Sigfrido para que pueda acabar con Fafner y cumplir su deseo. Mime necesita crear una espada para Sigfrido, pero el joven ha destruido todas las armas que se le han dado.
Sigfrido regresa de su paseo por el bosque y pide que se le revele el estado de sus padres. Mime se ve obligado a explicar que él tuvo que cuidar de Siglinda mientras daba a luz pero al final ella murió. Mime muestra los restos de la espada Nothung y Sigfrido le pide que la repare.
Sigfrido sale de la cueva y Mime entra en un estado de desesperación, ya que las habilidades del enano no son lo suficientemente buenas como para reparar la legendaria espada. Un anciano peregrino (que realmente es Wotan disfrazado) aparece repentinamente. El peregrino ofrece un concurso de acertijos en el cual cada uno presentará tres y aquel que pierda dicha prueba perderá su vida. Mime acepta el reto, con el propósito de deshacerse del invitado no deseado.
El enano pregunta el nombre de las razas que viven bajo la tierra, sobre ella y en el firmamento. Wotan responde que son los nibelungos, los gigantes y los dioses. Luego el peregrino hace sus tres preguntas: «¿Cuál es la raza más amada por Wotan pero la peor tratada?»; «¿cómo se llama la espada que puede derrotar a Fafner?»; «¿quién puede forjar tal espada?». Mime contesta que la raza es la de los welsungos y la espada es Nothung. Sin embargo, Mime no sabe contestar a la última pregunta, pero Wotan le perdona la vida y le revela que «sólo aquel que no conoce el miedo» podrá reparar la espada, y agrega que, además, dicha persona tomará la vida de Mime.


Escenografía de Josef Hoffmann para Sigfrido en el Festspielhaus de Bayreuth en su inauguración en la temporada de 1876

Sigfrido regresa y se molesta por la falta de progreso de Mime en el arreglo de la espada. Éste recuerda que lo único que nunca enseñó a Sigfrido fue el miedo, entonces el joven se muestra ansioso por conocer dicha emoción, el enano le promete llevarlo ante Fafner, el dragón. Como Mime no puede forjar Nothung nuevamente, Sigfrido decide intentarlo por cuenta propia y tiene éxito. Mientras tanto, Mime prepara un veneno que usará para matar a Sigfrido en cuanto el joven haya derrotado al dragón.

Acto II
El peregrino (Wotan) aparece ante la entrada a la cueva de Fafner, donde Alberich también se ha sentado a la espera del dragón. Ambos se reconocen mutuamente y Alberich declara sus planes de dominar el mundo una vez el anillo le sea devuelto. Wotan afirma que su intención no es recuperar el anillo.
Sorpresivamente Wotan despierta a Fafner y le comunica que un héroe se aproxima para luchar contra el dragón. Fafner no le da mucha importancia y rehúsa a entregar el anillo a Alberich y termina durmiéndose nuevamente. Wotan y Alberich se retiran.
Sigfrido y Mime llegan a la cueva al amanecer. Mime decide mantenerse a distancia mientras Sigfrido se acerca a la entrada de la cueva. Mientras el guerrero espera que el dragón aparezca, ve un ave reposando sobre un árbol. Sigfrido juguetea con el pájaro e intenta reproducir su canto utilizando una flauta, pero le resulta imposible. Luego el héroe toca una balada utilizando su cuerno, con lo que despierta a Fafner. Después de una breve conversación, Sigfrido y Fafner luchan, el joven termina por clavarle la legendaria espada, Nothung, en el corazón a Fafner.
En el último momento de su vida Fafner advierte a Sigfrido de una traición. Cuando Sigfrido se prepara a retirar su espada del cuerpo del dragón, se quema con la sangre y por instinto pone su mano sobre su boca. Al probar la sangre de su contrincante, descubre que puede entender lo que el ave está cantando. Sigfrido sigue las instrucciones del pájaro del bosque y así adquiere el Andvarinaut (anillo mágico) y el Tarnhelm (yelmo mágico) de entre el tesoro de Fafner.

Mime reaparece y Sigfrido se queja de que aún no sabe lo qué es el miedo. Mime no deja de aprovechar la oportunidad y ofrece una bebida envenenada al héroe. Sin embargo, la sangre del dragón permite que Sigfrido lea los pensamientos del nibelungo y, por lo tanto, el guerrero acaba con la vida de Mime.
El pájaro canta de nuevo contando una historia sobre una mujer que yace sobre una roca, rodeada por una llama mágica. Sigfrido decide buscar a la mujer para ver si ella le puede enseñar algo sobre el miedo.

Acto III
El peregrino (Wotan) se encuentra en el camino que va hacia la roca sobre la cual yace Brunilda, invoca a Erda, diosa de la tierra, y ésta aparece un tanto confundida, y no sabe qué decir. Él le informa que ya no teme el fin de los dioses y que es algo que ahora añora. Su legado quedará en Sigfrido, los welsungos y en Brunilda. Dicha raza y los dos héroes trabajarán juntos para mejorar el mundo. Erda se retira.
Sigfrido llega adonde se halla el vagabundo y el dios le interroga. Sigfrido no reconoce a su abuelo (Wotan es el padre de los padres de Sigfrido, Sigmundo y Siglinda) y sus respuestas son un tanto insolentes. El héroe decide continuar su marcha hacia Brunilda y el peregrino bloquea su paso. Sigfrido destruye la lanza de Wotan con un golpe de la legendaria Nothung. Wotan recoge las piezas de su lanza y desaparece.
Sigfrido atraviesa el aro de fuego y se postra frente a Brunilda. Inicialmente cree que la figura corresponde a un hombre, pero una vez le quita la armadura, descubre que es una mujer. Sigfrido no sabe qué hacer y, por fin, este sentimiento de duda le provoca miedo y sin saberlo acaba besando a Brunilda, lo cual la despierta. El amor por Sigfrido acaba de apoderarse de la valquiria, quien renuncia a todo lo relacionado al mundo de los dioses. Juntos, Sigfrido y Brunilda proclaman que compartirán su amor para siempre.